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La Tierra de las Mil Lunas...

Grimorio de Cuentos 04

Responsabilidad...

Todos los programas de las cadenas que salían en el televisor de Mauricio eran francamente vomitivos… En el canal “Telequinqui“ el programa “Cárgame” hablaban de las obscenidades homosexuales públicas que hacía el presentador impunemente, y en el canal “La Pera 3” se hablaba únicamente de que la mujer que participaba en “Cárgame”, la que decía tener un hijo con un importante torero, era en realidad un hombre llamado Manolo.

Mauricio vació la duodécima lata de cerveza y se levantó, apagando la televisión. Fue hacia la ventana de su cocina y miró por ella durante unos instantes el ardiente paisaje de la meseta que le había visto nacer. Le gustaba su imagen desnuda, enorme, desde que de niño salía a buscar frutillas silvestres. Pero por desgracia… odiaba a las cigarras… y precisamente hoy estaban realmente pesadas.

Abrió la puerta de la caravana en la que vivía desde que, el año pasado, su casa ardiera hasta los cimientos, con su colección completa de cómics, su mujer y sus dos hijas. Incluso después de un año de vida solitaria, aún no sabía que añoraba más… ¡Echaba tanto de menos aquel especial de World War Hulk…!

Se metió en su pequeño Seat Ibiza, apenas capaz de tirar de la caravana, y se dirigió hacia las montañas. Pasó ante las últimas casas del pueblo y se divirtió contando los niños que por allí jugaban. Terminó de contar cuando se le acabaron los dedos. Nunca había sido muy bueno para esto de los números, y mucho menos después de ser hospitalizado. El humo del incendio quizá había reducido un poco sus facultades mentales, pero no le importaba, prefería ver en su supervivencia un milagro, un desliz de la Pálida Dama con su guadaña al servicio de Dios. Sonrió pensando en ello.

Se había levantado viento de Levante, y el cochecito temblaba al pasar por los puertos. Decidió aparcar en un punto que, según el viejo mapa turístico que llevaba, era un mirador de primer orden. Sin molestarse en cerrar con llave, sacó del maletero las dos latas de gasolina. Luego se dirigió con paso tranquilo hacia el pinar, rodeando el pueblo por la derecha.

Empezó a vaciar la primera lata calculando el viento, para que su mensaje llegara claramente sin problemas al pueblo. Unos centenares de metros más allá, hizo lo mismo con la segunda lata. Volvió rápidamente a su coche, y montó sin perder tiempo. Miró durante unos segundos el pinar, fijamente, exactamente donde había vaciado la primera lata… Una chispa estalló de pronto, prendiendo en la gasolina. Mauricio sonrió, puso en marcha su coche y se dirigió al pueblo antes de que la catástrofe se descubriera.
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Estaba ya cómodamente instalado en su caravana, sorbiendo una bebida bien fría cuando empezó a sonar el teléfono. Dejó la bebida con una sonrisa, sabiendo quien era y de qué se trataba. Solamente lo llamaban para eso.

El alcalde fue muy formal: el pinar había ardido y las primeras casas del pueblo estaban amenazadas. Ya había algunas víctimas, campesinos sorprendidos por el fuego en plena siesta.

Mauricio colgó el teléfono, abrió el armario y sacó su uniforme. Nada como un pequeño incendio forestal para animar un domingo por la tarde… sobre todo siendo bombero voluntario…

1 comentarios:

Caradurismo puro, ¡muy bueno!

 

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Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?